Lisandra Andrés Cots y Yisel Martínez García
Llegamos al Parque de la Fraternidad con más de 100 encuestas en las manos, los bolsos, y donde quiera que podíamos guardarlas, lápices de nuestros hermanos, bisturís (el sacapuntas cubano) y bolígrafos.
-“Buenos días. Somos estudiantes de Periodismo que estamos haciendo una encuestas para nuestra tesis, ¿nos la podrían responder?”, era siempre la frase de presentación.
-“¿Una encuesta? Jum… ¿qué es lo quieren saber? Vamos a ver qué preguntan, dámela acá”, respondían de mala gana los taxistas.
Primera pregunta: ¿Cuál es su recorrido diario? Sin problemas. Más adelante interrogantes sobre la cantidad de viajes diarios, el año de fabricación de los carros, tipo de combustible que utilizan, etc.
Pero en el número 8 del cuestionario una interrogante que muchos optaban por dejar en blanco: ¿Cuánto recauda usted mensualmente? Aquí se detenían, respiraban profundo y hasta sonreían algunos.
-“¿Nos van a subir los impuestos? Mira a ver no pongas la verdad que a lo mejor esto es para probar y ver lo que decimos para después cobrarnos más”, se decían entre ellos, casi entre susurros.
Al final ponían en la casilla un número cualquiera, que a veces rozaba con los límites de lo irrisorio. Cifras que costaba mucho creer que fueran ciertas, pero no teníamos otro remedio. Las encuestas son anónimas y a la hora de llenarlas solo podemos apelar a la sinceridad del encuestado.
Parece que es un síntoma de los “boteros” desconfiar de todo, y todos, y no decir nunca la verdad cuando de ingresos se trata. Aunque no es menos cierto que a la mayoría de los cuentapropistas tampoco les agrada declarar abiertamente sus ganancias. Prefieren mantener estos datos como un secreto bien guardado.